sábado, 21 de mayo de 2011

Mientras canta el coro

Mientras canta el coro

La mañana estaba a fría como hacía mucho no recordaba, al pasar por el parque una capa de escarcha cubría el pasto; tapé mi boca con la bufanda y el vapor de mi respiración me humedeció la cara.
No suelo madrugar, siempre busqué trabajos en los que no tuviera que hacerlo y mis años escolares transcurrieron en el turno tarde por mis frecuentes problemas de asma. Las únicas veces que madrugaba por aquellos tiempos eran los días de fiestas escolares, pues  participaba del coro del colegio. Esos días, cuando hasta el sol dormitaba, me comenzaba a preparar: mi mamá me recogía el pelo bien tirante con una cola de caballo y, sobre el cuello del delantal, me ataba  un moño con  una cintita bebé color azul marino. El delantal bien blanco y las tablas planchadas con esmero.
La mañana de hoy me trajo esos recuerdos, el mismo frío sobre la cara, la misma escarcha en el pasto.
Crucé la avenida desierta y me quedé en la parada del colectivo que me llevaba hasta el hospital, tardaba bastante,  me guarecí en el umbral de la puerta de una casa, aunque no había viento, solo un frío húmedo y penetrante. Levanté la mirada y observé los destellos de unas gotas sobre las hojas. Amanecía. Enfrente, en la plaza, vi al loco Farías entreverado en un cúmulo indescifrable, con sus mantas, sus cartones y sus perros.
( Mayo de 1982: Farías sufre el frío con el  batallón de infantería en las islas Malvinas, su amigo ha muerto  hace unos pocos días y dicen que pronto todos se irán para Buenos Aires. Farías ido.) 
Yo me pongo el delantal y la cintita azul marino para cantar a viva voz el himno nacional argentino. La fiesta es importante, pero todos esperamos otra fiesta,  porque nuestra escuela está… ¿cómo se dice?… auspiciada no…apadrinada por la embajada de Chile. Dicen que ese día va a venir el embajador, y que nos van a dar regalos para todos los chicos. ¡Ojalá nos traigan lapiceras, cuadernos  y  marcadores sylvapén de doce, como el año pasado!
( Desde la isla escribe una carta para que lo esperen en su provincia, pero todo se  pierde en el camino, la carta, Farías, su amigo...) 
Subí al colectivo, y mientras me sentaba  desempañé con la mano la ventanilla para dar una última mirada hacia la plaza, el  hombre se rascaba la cabeza y acomodaba su carro.  El veterano, el loco; atrincherado su rostro detrás de la barba y su mente llena de mantos de neblinas.
 Las imágenes de la escuela me seguían rondando. Las ventanillas del colectivo estaban  húmedas como la pintura al aceite color beige del salón de actos.  
………………………………
-Algo para los chicos porque en Malvinas hace frío- pide la maestra-  ven las islas, están acá - y señala un puntito en el mapa que cuelga de un ganchito.  …Un alimento no perecedero tiene que ser, les pego la notita en el cuaderno de comunicaciones, todo el mundo con el cuaderno sobre la mesa.
........………………………
-Un chocolate grande quiero mamá, porque tengo que poner la cartita adentro, todos mandamos cartas ¿vos querés mandar una también? ¿Por qué no?  El chocolate es rico para cuando hace frío ¿sabías vos ma? Y allá hace mucho frío, la abuela dice que me va a dar una bufanda para que les mande.
(El hambre, el frío; Malvinas y Soledad.  Farías que sigue sin saber que todo se pierde en el camino, que todo se perderá) 
Las piernas gordas de la señorita recorren  los pasillos entre las mesas y sus manos grandes y coloradas recogen lo que llevamos. En el recreo todos espiamos por la cerradura de la biblioteca la pila enorme de cosas que se juntaron. Huele a chocolate y tabaco. ¡Qué contentos van a estar! Igual que nosotros cuando nos den los regalos.
El semáforo se puso en rojo y el colectivo frenó bruscamente. Toqué timbre con insistencia y pedí bajar. Tan solo habíamos recorrido dos cuadras, comencé a retroceder.
Aquel año se suspendió la visita de la embajada, no hubo regalos ni festejos para nadie.
Llegué hasta la plaza y vi cómo se derretían los últimos rastros de la escarcha en donde caía el primer rayo de sol. Caminé sobre el pasto crujiente y me acerqué a Farías. Los perros  gruñeron.
-Disculpe le dije, ¡¿qué frío hace no?!
 -Sí señora -contestó y con un ademán tranquilizó a los animales.
Todos los ojos estaban fijos sobre mí y finalmente Farías, sentado en su colchón, levantó también los suyos. Lo vi de frente  por primera vez. Disimuladamente, debajo de un diario escondía una caja de vino.
-Quería dejarle esto. -le dije, y le extendí un vaso de café con leche caliente, unas facturas y una tableta grande de chocolate, la más grande que pude conseguir en la estación de servicio de la otra cuadra. Antes de irme también le di la bufanda que llevaba puesta.  
-Me falta la carta- pensé en voz alta.
La mía tampoco llegó nunca - me dijo- no se preocupe.
Crucé la avenida de nuevo y me encaminé a la parada del colectivo, no me atreví a mirar atrás, tuve  vergüenza. El viento no dejaba de soplar y me hacía arder los ojos. Me subí el cuello del tapado. Sentí el frío en la garganta endureciéndome las cuerdas vocales, como si la cintita bebé azul  se ajustara con un nudo cada vez más apretado alrededor de mi cuello. El himno entonado por el coro de niños retumbaba en mi cabeza “Coronados de gloria vivamos ¡Oh juremos con gloria morir!, ¡Oh juremos con gloria morir!, ¡Oh juremos con gloria morir!”


Leiva, Mariana Beatriz
Profesora de Castellano, Literatura y Latín

Gestión Educativa y Nuevas Tecnologías. Postítulo Cepa